Dos Microrrelatos

Hoy os presento dos cuentecitos muy breves. El primero es de este año, tras el confinamiento, y lo he presentado en un concurso de micro-relatos (máximo 150 palabras) del Ayuntamiento de Barrika, donde ha merecido el 2º premio en español

El segundo cuento es de 2017 y lo escribí para un concurso de relatos breves en el que el límite era de 30 líneas.

No se parecen mucho entre sí

CONFINAMIENTO EN LA OFICINA

– Cuando entré a limpiar la oficina, por primera vez después del confinamiento, había una multitud de hombrecitos azules que saltaban como posesos por todas partes. Parecían palomitas de maíz abriéndose en el caldero.

– Sí, conseguí atrapar muchos de ellos y meterlos en una gran bolsa de basura de la que pugnaban por salir, pero pronto me di cuenta de que iba a ser imposible cogerlos a todos, pues seguían saliendo más de los zócalos de los enchufes.

– No, no pude evitar que se agruparan en torno a la fotocopiadora. Parecía que querían introducirse en ella, pero algo salió mal y hubo un cortocircuito.

– Claro, claro que intenté sofocar el incendio pero fue imposible, los hombrecitos ardían como teas. Le juro Sr. juez que yo mismo puede escapar de milagro sin arder con ellos.

COMER EN BILBAO EN 2222

Se dice que en el siglo XXI se comía muy bien en Bilb-hao. Pero esto es historia. Hace ya más de un siglo que grandes zonas de Bilb-hao, antes habitadas, están sumergidas. Bilb-hao es ahora un archipiélago, y la comida ya no es la que era. Había sabido hace poco, sin embargo, que en la isla Be-gon-ha se puede comer algo más que el consabido puré de hongos y algas con proteína de insecto. Yo acababa de cerrar un asuntillo y me encontraba con algo de efectivo no rastreable. Pensé darme un gusto.

El acceso a Be-gon-ha es complicado por la proliferación de hu-lais, así que he tenido que hacerme acompañar por un par de «expertos» de la zona. Los muchachotes me van a costar un dinero, pero la seguridad es fundamental para disfrutar de una buena comida ¿No? Enfilamos las 5 torres del Nuevo Athletic construidas en 2112 y la imponente estatua del Bilb-hao-Budha de 2172 que domina la basílica cristiana. Con la excitación del momento no me percaté de que el más alto y voluminoso de mis «expertos», Ha-bier, estaba nervioso y miraba mucho a su izquierda, pero Ha-sier, sí que estaba atento y lo entendió enseguida, nos había tendido una trampa. Cuando aparecieron los seis tíos como armarios fue muy rápido: paralizó a Ha-bier con un impulso electromagnético neuronal y nos cubrió a los dos con el escudo de fuerza e invisibilidad que ya tenía preparado. En pocos segundos estábamos fuera del alcance de los asaltantes. Por fin comeríamos.

El restaurante estaba bajo el nivel del agua, pero no había humedad ni olores. Un asesor se acercó inmediatamente con pasos suaves y nos dio la bienvenida, nos acomodó y nos «cantó» el menú. Había «carne», aunque no especificó de qué tipo. Nos recomendó un vino sintético para acompañarla. Un cóctel de alcohol marino nos ayudaría a abrir el apetito, ya excitado por los acontecimientos previos. Efectivamente, era estimulante.

Para cuando nuestro asesor culinario se alejaba hacia la cocina empecé a verlo todo borroso y verde. Ha-sier debía estar pasando por lo mismo, pues intentó levantarse pero cayó al suelo pesadamente. Yo me agarré a la silla para mantenerme firme y sentada a toda costa, pero ya era demasiado tarde y me fui deslizando hasta caer también. Una horrible certeza me invadió: La «carne» del próximo menú ¡iba a ser yo! una pobre chica de Bilb-hao que solo quería comer bien por una vez.

Publicado por Manu Barandiaran

Profesor emérito de la Universidad de País Vasco

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