¿Cómo vamos a quedar tras la pandemia?

Esta es la pregunta que nos hacemos todos. Ahora que en Europa (¿incluido el UK?) el punto álgido de la crisis ha pasado, todas las naciones han comenzado a abrir la mano, empezamos a salir de casa, y se vislumbra que pronto saldremos de ésta. Pero siempre con precauciones. Aún falta un rato para volver a la «nueva normalidad», pero ¿qué va a quedar como antes una vez que lleguemos? y ¿qué va a cambiar, respecto a la situación pre-virus? Pues seguro que la vida corriente va a sufrir modificaciones, a menos que el virus famoso desaparezca con el verano (del hemisferio norte) y no venga a molestar más, con lo que se nos olvidaría rápido. No lo creo.

Respecto a la «nueva normalidad» podríamos distinguir distintos niveles: personal, local-nacional y mundial. ¿Empezamos por arriba o por abajo? A veces es difícil saber a qué nivel estamos hablando, así que casi lo voy poniendo según me voy acordando de algo. Por supuesto no va a ser más que una reseña parcial y muy incompleta de lo que creo que puede pasar.

Creo que va  a quedar un malestar con los gobiernos locales, regionales y nacionales. La verdad es que no envidio a nadie que tenga una responsabilidad de gobierno (a cualquier nivel) en estas circunstancias. Siempre se equivoca uno, pero puede equivocarse más o menos y algunos se equivocan bastante. Ahí tenemos buenos ejemplos en USA y Brasil, y mas cerca en Inglaterra. No comparto las acusaciones al gobierno ante la justicia por «imprudencia grave con resultado de muerte o lesiones». Ningún gobierno dejaría que sus ciudadanos mueran o queden incapacitados (o al menos no indiscriminadamente). La incompetencia, retrasos, dudas etc. que vemos a menudo son «delitos políticos» y deberían castigarse políticamente, es decir retirando los votos que les permiten gobernar ahora. Desgraciadamente en muchos casos esto no va a pasar. La estulticia está muy extendida: «si los tontos volasen oscurecerían el cielo» que decía aquél (no se quién).

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En Euskadi (y en España y si me apuráis en toda Europa) en lugar de un baby boom por el confinamiento creo que habrá un nuevo descenso de la natalidad por el distanciamiento y los roces de la convivencia forzada que ha propiciado muchos más divorcios que en tiempo «normal». Esto es también una consecuencia anunciada de la forma de vida actual y su previsible proyección, con o sin coronavirus. Es consecuencia de una cada vez mayor intolerancia «occidental» a la frustración (toda relación estable es por definición frustrante)  y de la proliferación de los avanzados juguetes sexuales (la plasmación del «orgasmotrón» de Woody Allen en «El dormilón»). De todas formas no pierdo la esperanza de que el «sexo de reconciliación» pasado el virus, suponga un repunte de embarazos, aunque sea leve y pasajero.

A nivel personal nos va a quedar bastante irritación y secuelas psicológicas por lo mal que lo hemos pasado. También más precaución, o prevención, en nuestro trato con otras personas, y en particular con aquellas que son más efusivas y menos cuidadosas con las normas higiénicas. Por ejemplo, siempre podremos dejar de invitar a una paella o a una barbacoa a ese(a) que bebe como una esponja y acaba avasallando a todo el mundo (y en concreto a mi!) sin respetar la distancia de seguridad. La higiene podrá ser esgrimida para evitarnos excusas menos presentables.

Por otro lado creo que va a haber una promoción clara de la amistad y el cariño entre personas y con animales (esto ya se venía dando antes por la falta de relación entre personas). No solo porque los animales te permiten salir a la calle en posibles confinamientos futuros (los amigos no son tan respetados aún), sino porque la relación aún esporádica con personas de uno y sexo, quizá precisamente por ser esporádica, es más apreciada después de una larga temporada sin ella. Al fin y al cabo somos animales sociales.

Si  miramos a Asia, que ha tenido más epidemias víricas antes, nos va a quedar fijo la mascarilla  (una caja de 50 seguramente), en el trastero o en el garaje, junto a la ropa de invierno. No se si se extenderá esta «reserva» a guantes y a geles con alcohol aunque probablemente si al papel higiénico. Además son cosas que no se pasan.

A nivel mundial va a quedar toda la anterior y aparecer mucha pobreza nueva, incluso en países desarrollados. La crisis de empleo y bienestar será grave, todo el mundo lo dice, y la recuperación probablemente lenta. Aunque no creo que sea el «fin del capitalismo», si que se  empieza a hablar de la post-globalización. Quedará la seguridad de que ciertos sectores estratégicos tienen que estar cubiertos localmente (al menos a nivel de Europa) y no confiar en que China nos proveerá (de mascarillas y respiradores o de lo que se necesite y se haya acabado) a todos los demás, sea cual sea el origen de la nueva pandemia.

También va a quedar bastante respeto antes de viajar por trabajo o negocios. Las videoconferencias se han mostrado bastante eficaces, ahora que no había otra solución, y los programas para ellas, incluso los gratuitos, ya son bastante buenos como para poder resolver muchas cosas sin trasladarse de ciudad, y hasta sin «ir a la oficina», simplemente desde casa. El teletrabajo se impondrá. Los desplazamientos cotidianos de corta distancia para ir a trabajar (commuters) serán mucho menores y el tráfico mejorará. Por otro lado la confianza en el transporte público va a disminuir por la posibilidad de contagios y aquellos que puedan, no las clases mas desfavorecidas desde luego, tenderán a utilizar más el vehículo privado que el colectivo y compensar un poco el bajón de tráfico del teletrabajo. Claro que los que más van a recurrir al coche particular son también los que más fácil tienen el teletrabajo!

En otra actividad muy distinta ¿qué va a pasar con la enseñanza «presencial»?. ¿Es posible También que sea substituida por videoclases?. En muchos casos el aprendizaje no sufriría mucho[1], pero el papel social de la escuela necesita el modo presencial para funcionar. Y este papel es esencial para el normal desarrollo de niños y jóvenes. La enseñanza presencial es por tanto imprescindible y tendrá que seguir, aunque con muchísimas más precauciones, y más gasto, claro.

Quedará un menor hacinamiento del turismo, que ya estaba dejando rastros indeseables en algunas ciudades y, claro, en la costa mediterránea, etc., pues ¿quién se va a meter en un crucero de 15 días con otras 3.000 personas que se puede convertir en un encierro de dos meses? lo mismo con una semanita en Canarias o una isla mediterránea que acabe con un mes y medio encerrados en el hotel. Seguro que menos gente que antes. ¿Se quedarán los grandes barcos de cruceros atracados por si es necesario transformarlos en hospitales, como el IFEMA en Madrid? Probablemente no, pues saldría muy caro y además Madrid (ni Paris, ni Berlin, ni…) no tiene costa. Habrá que desguazar bastantes barcos y hoteles. Quizá venga bien para tener sitio en el chiringuito de la playa o quizá este año ni siquiera abra el chiringuito.

¿Hay algo nuevo y excitante que vaya a venir después del virus? No lo creo, las cosas que pueden ir a peor inevitablemente lo hacen (1ª ley de Murphy). Pero quizá podamos sacar provecho de alguna de las malas cosas que acabo de mencionar (no hay mal que por bien no venga, o: el que no se consuela es por que no quiere).

Puede quedar una mejora de la polución, (ahora cambio climático) por la reducción de movilidad y del turismo hacinado (ya no habrá cola para hacer cumbre en el Everest). Si se consolida, traerá menos consumo de combustibles fósiles y hasta puede que encontremos sitio para tomar unas cañas en el chiringuito de la playa.

A nivel de barrio o pueblo pequeño puede que también quede una solidaridad mayor entre vecinos y un repuntar de la sociedad civil, lo que sería estupendo. ¿Os parece suficiente?. ¿No?. Pues es lo que hay. Mejor adaptarse que desesperarse.


[1] «El poder de la instrucción es muy poco eficaz, excepto en aquellos casos felices en los que es prácticamente superfluo». Edward Gibbon (1737 – 1794). Citado por Richard Feynmann en sus famosas «Lecciones de Física» impartidas en el Caltech en 1963-64.

Publicado por Manu Barandiaran

Profesor emérito de la Universidad de País Vasco

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