Ciencia y creencia

Un amigo, filósofo de la ciencia, me ha hecho notar recientemente una  regresión a la vieja dialéctica ciencia-ideología que creíamos superada, pero aparece de nuevo con fuerza, entroncada esta vez en el «relativismo» que da por bueno cualquier punto de vista, aunque sea aberrante e irracional pues «hay que respetar todas las opiniones». Para concretar me ofrece dos textos de un manual de filosofía de la ciencia moderno [1].

Texto 1: “La historia de la ciencia es una historia de selecciones: en diferentes etapas los individuos y las comunidades deciden qué problemas son importantes para investigar y al hacerlo, reflejan lo que eran sus antecedentes sociales. Pero también, las decisiones acerca de sus investigaciones modifican las condiciones de la sociedad. Dirigir la investigación en una dirección determinada introducirá nuevas tecnologías, transformando el entorno para futuras investigaciones. Modular los instrumentos conceptuales que se requieren para perseguir determinadas líneas de investigación genera los mismos efectos de manera menos evidente pero igualmente efectiva.

Como ciudadanos y como científicos, la gente es –todos somos– heredera de decisiones que podrían haber ocurrido diferentemente. Es erróneo creer que independientemente de cualquier historia social, la investigación científica hubiera dado lugar al mismo cuerpo de creencias, conceptos, problemas, aparatos, métodos y tecnología que hoy tenemos. Una idea central de la sociología de la ciencia es que nuestra ciencia es contingente y que si las decisiones sobre lo que merecía la pena de ser investigado hubieran sido diferentes, tanto la ciencia que tenemos como el mundo que habitamos habrían sido distintos.”

Texto 2: “Se está generando desconfianza y hostilidad hacia la imagen del mundo que nos da la ciencia, por sus implicaciones humanas. Esto es algo extendido hoy y que se remonta al periodo de la expansión de la física. El triunfo de la “filosofía mecánica” en el s XVIII provocó desconfianzas pues la ciencia nos presentaba un mundo sin alma ni significado, desprovisto de cuantas cosas importaban a la gente. Antes de la revolución científica, los europeos vivían en un mundo que entendían como articulado con un significado y un propósito y en el que el lugar de la humanidad era central …. Y los desarrollos científicos más recientes tampoco ofrecen una imagen diferente… En una imagen repetida una y otra vez por filósofos y científicos, nosotros, los herederos de la revolución científica, nos encontramos solos, en un mundo indiferente hacia nosotros, inmenso, vacío y frío … Mucha gente se opone a la ciencia porque siente que aspectos centrales de su vida se ven amenazados, tanto en términos de tener que abandonar sus formas de vida (ej agricultura) como sus creencias (ej religiosas) tradicionales. En vez de considerar los sentimientos anticientíficos como irracionales, deberíamos verlos como expresiones de una sensatez natural que reacciona ante un entorno social (el científico) que se opone a la transmisión de hallazgos bien fundados.”

He subrayado dos partes que indican el talante de los textos: por un lado se dice que la ciencia consiste en creencias y que es contingente, en el otro texto se dice que la ciencia amenaza las creencias de mucha gente. Ambas afirmaciones son rotundamente falsas, y creo que esto se puede argumentar con bastante claridad.

Una comparación clásica entre fe y razón es la de Tertuliano [2] , que pensaba que lo grande del cristianismo era precisamente su irracionalidad: «Credo quia absurdum» o más recientemente la de Chesterton, que … entró en una iglesia rural, oyó un sermón disparatado del párroco y salió convencido de la verdad del cristianismo: “Si diciendo tonterías como éstas ha logrado sobrevivir casi dos mil años, es que es la verdad”.

Las creencias, sean tradicionales o «new age», son solo creencias, es decir «deseos» tratados como realidades. A esto de «confundir deseos con realidades» se le conoce como «wishful thinking» en anglosajón y está francamente extendido. La ciencia pretende (sin alcanzar siempre un éxito completo) establecer un modelo del mundo real comprensible por la razón, es decir racional. Por eso mismo las creencias son volubles y desde luego contingentes, pero la ciencia es contrastable con la realidad[3] y por tanto es la misma en todas partes y bajo cualquier circunstancia, es «necesaria» o no es ciencia. Deduzco entonces que la sociología de la ciencia no es ciencia, sino creencia y pretende atribuir a la ciencia creencias, que nunca ha tenido. Los ejemplos de ciencia ideologizada, es decir mezclada con creencias, son bastantes, desde el reciente creacionismo o diseño inteligente de inspiración cristiana «radical», hasta la ciencia «aria» contrapuesta a la «judía» del 3er Reich o la «socialista» opuesta a la «burguesa» del soviet supremo y la revolución cultural[4]. Todas ellas han fracasado. No son ciencia. De hecho la aceptación generalizada, por su correcta capacidad de predecir, de los hallazgos y elaboraciones científicas ha llevado a algunos ideólogos a disfrazar su ideología con ropaje científico.

La única contingencia que puede achacarse a la ciencia es que es una representación del mundo adaptada al cerebro humano que es el que la crea y la tiene que asimilar y utilizar. ¿Tendrían otros seres inteligentes (si los hubiere) un cuerpo científico distinto?. Puede que habiendo un receptor distinto, las expresiones del conocimiento tomen formas distintas. No creo que lo sepamos nunca, pero podemos dejar abierta esta posibilidad. Lo que no creo es que se pueda denominar científico alguien que pretenda que las ecuaciones de Maxwell (por poner un ejemplo que conozco) dependen de los intereses de la burguesía británica que pagó los estudios de James Clerk Maxwell. Puede que si el susodicho Maxwell hubiese muerto de sarampión a los 7 años de edad, las ecuaciones del electromagnetismo se llamaran hoy en día ecuaciones de Heavside o de Poincaré o simplemente ecuaciones del campo electromagnético, pero serían exactamente las mismas, y la Ingeniería Eléctrica se habría desarrollado con escasa diferencia de tiempo en un mundo socialdemócrata o en uno fascista. Hasta la Iglesia católica ha desligado, finalmente, la creencia de la ciencia, como consintió, no sin dar batalla, en desligar la religión de la política.

La pretensión de que la ciencia, es decir la representación más acertada de la realidad de que disponemos, depende de lo que «la gente» crea o quiera es precisamente el recurso de aquellas personas que no ven reflejados sus sentimientos y aspiraciones en la descripción veraz del mundo que proporciona la ciencia. Por supuesto que la ciencia no cubre todos los aspectos de la vida de las personas, ni lo pretende. Para eso están el arte, la religión, los partidos políticos, el amor, etc. No se puede determinar científicamente que tipo de creencia sirve mejor para tranquilizar determinadas conciencias y permitir a sus detentadores conciliar el sueño cada día, con la satisfacción de estar en posesión de «la verdad». Sobre esto el texto comentado dice:

… la «sensatez natural» reacciona ante el científico que se opone a la transmisión de hallazgos bien fundados.

Claro que mucha gente reacciona ante el desasosiego y la incertidumbre que produce la ciencia, que no le dora la píldora en cuanto a sus creencias. Pero de ahí a decir que sus pretensiones de que se atiendan sus deseaos sean «hallazgos bien fundados» hay un abismo. La tendencia a «creer» cosas absurdas, que se encuentra también entre científicos, puede ser una característica directa de la conciencia desarrollada por el ser humano en una etapa muy temprana, hace 120.000 años o más y la religión pudo incluso proporcionar alguna ventaja evolutiva a ciertas poblaciones de homínidos [5]. Esta necesidad de «creencias» parece ser el precio que hay que pagar para poder soportar la evidencia aterradora de que nuestra existencia consciente es fugaz y que desapareceremos inevitablemente en la nada o en los átomos del universo, pero perdiendo nuestra identidad, que es lo único que nos da coherencia y nos «merece la pena». No sé si los perros o los papagayos, o los posibles habitantes de la nebulosa de Andrómeda  tienen ese sentimiento trágico de su individualidad, y quizá nunca se pueda llegar a saber. Lo que está claro es que ni perros ni papagayos han desarrollado el conocimiento científico ni la religión/ideología que necesitamos los humanos. De los habitantes de Andrómeda, no sabemos nada y sobre lo que «…no se puede decir nada, lo mejor es callar» [6].

Callo, por tanto, sobre Andrómeda, y ruego a los insignes pensadores, autores de los textos que comentamos, que hagan otro tanto y callen, también ellos, sobre cuestiones de las que no saben, como predicaba el ilustre maestro Ludwig Wittgenstein. Aunque, bien pensado, Wittgenstein era profesor de Cambridge y Barker & Kitcher lo son de Oxford, y cada cual debería poder tener creencias distintas y hacer una ciencia adecuada a su localidad. Es una pena que así no se puedan entender siquiera entre gente tan próxima, ¿no?

JM Barandiaran, Abril 2016


[1] Barker, G & Kitcher, P (2013) «Philosophy of Science. A New Introduction». Oxford UP

[2] http://wordpress.danieltubau.com/tertuliano-y-el-absurdo/

[3] Se puede así establecer su validez, o descartar por no ser válida. Toda proposición científica debe de ser «falseable».

[4] Remontándonos solamente menos de un siglo y dejando en paz a Galileo, Copérnico y otros.

[5] ¿Por qué la gente sigue creyendo en Dios? El País, 22 de Marzo 2016          http://elpais.com/elpais/2016/03/22/ciencia/1458685280_291426.html

[6] “Whereof one cannot speak, thereof one must be silent.” Ludwig Wittgenstein

Publicado por Manu Barandiaran

Profesor emérito de la Universidad de País Vasco

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