Putin, digno sucesor del “padrecito” Stalin que mató de hambre a 4 millones de ucranianos entre 1932 y 1933, ha tratado de justificar su “operación militar especial” en Ucrania como “mantenimiento de la paz” para “desmilitarizar” y “desnazificar” el país, acusando a su gobierno de un presunto genocidio de las poblaciones rusoparlantes del este.
El cinismo del mensaje, al mejor estilo de Goebbels, el siniestro ministro de propaganda del partido nazi con Hitler, es tan ridículo que no merecería la pena repetir que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha sido elegido democráticamente con un 70% de mayoría y él mismo es rusoparlante y judío. El intento de convertir “una mentira repetida mil veces” en una “verdad”, como propugnaba Goebbels, no ha calado ni entre la población rusa (puede que solamente haya tenido tiempo de repetirla unas 700 veces hasta ahora). Por eso tiene que detener a miles de rusos que se manifiestan contra la agresión a Ucrania y ha tenido que recurrir también al patriarca Cirilo I, jefe de la iglesia ortodoxa rusa. Este individuo, uno de los pilares del sistema Putinesco, no ha dudado en justificar la represión policial de las manifestaciones de oposición o en bendecir las armas y las guerras que Moscú ha emprendido en el extranjero. Ya en 2012 proclamó que la presidencia de Putin es “un milagro de Dios”. Cirilo I ha calificado este domingo a los opositores de Moscú en Ucrania de “fuerzas del mal, que quieren romper la unidad histórica entre las dos naciones”. Según él, estas fuerzas del mal “combaten la unidad de la iglesia ortodoxa rusa”. En esto no le falta algo de razón, pues en 2019 Ucrania constituyó una iglesia ortodoxa independiente del patriarcado de Moscú, poniendo fin a 300 años de tutela religiosa rusa y esto, claro, no le gustó a Cirilo.
Si me permitís, os cuento una anécdota, probablemente falsa, que nos explicaron cuando visitamos el Kremlin, en 2011. Al parecer Stalin se negaba a creer que Hitler estuviese invadiendo la Unión Soviética en 1941, tras romper el pacto que le había permitido a Rusia repartirse Polonia con Alemania un año antes. Cuando por fin se convenció del ataque, completamente aterrorizado, encargó unas misas para poner a Dios a su lado frente a Hitler. Algo debía quedarle de su juventud como seminarista en Georgia, o simplemente echó mano de cualquier posible ayuda, no vaya a ser que al final Dios (el de la iglesia ortodoxa, claro) exista, en un trance desesperado como era en el que se encontraba.
No parece que ni Putin ni Cirilo I vayan a pasar a la historia precisamente como “fuerzas del bien”, salvo, como señalan muchos comentaristas, por el favor que han prestado a la Unión Europea, y a la tan denostada OTAN, que se debatían en dudas sobre su utilidad y capacidad para llevar a cabo cualquier acción conjunta, dadas sus divisiones internas. Esta vez las fuerzas del mal, es decir de la democracia y libertad, han visto las orejas del lobo disfrazado de cordero y se han unido en su contra. ¡Incluso han conseguido arrastrar a la crematística Suiza! Lástima que otra vez el que va a pagar las consecuencias será el pueblo ucraniano. Su resistencia, con su presidente Zelenski al frente, ante el despropósito Putinesco es la que nos ha despertado. Tenemos una inmensa deuda con ellos.
Totalmente de acuerdo. Gracias por iluminarnos con tan brillante digresión.
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